La Patagonia rebelde by Osvaldo Bayer

La Patagonia rebelde by Osvaldo Bayer

autor:Osvaldo Bayer [Bayer, Osvaldo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1980-01-01T05:00:00+00:00


No eran parientes y además pensaban muy opuestamente; mientras que Pastor defendía, hasta el máximo de ir a las armas, su teoría de que las tierras debían ser para los trabajadores, don Basilio era celoso defensor de la propiedad privada.

El teniente primero Correa Morales me preguntó hacia dónde se habían dirigido los huelguistas, le respondí que por la dirección que llevaban era muy probable que hubiesen ido a la estancia «Laguna Chica»; le requerí por el estado general de la huelga, me respondió: «los vamos a limpiar a todos», y partió sin decir hacia dónde con sus acompañantes.

Al otro día llegó a la estancia el capitán Anaya con veinte soldados, entre ellos dos con ametralladoras, dijo saber dónde estaba el grupo sedicioso. En la madrugada llegó nuevamente el poblador don Basilio Aranda esta vez con el señor Albornoz y un sargento de apellido Baigorria. El señor Albornoz que, si mal no recuerdo, era comisario de policía u otro cargo policial, quería saber también en dónde estaba el grupo que comandaba el gremialista Pastor Aranda. No sé por qué medios se enteraron de la posición en que se encontraba el grupo sedicioso y hacia ese lugar se dirigieron al margen de las actuaciones del capitán Anaya. Encontraron un centinela obrero dormido en su puesto y por él mismo supieron que el grupo obrero estaba por ponerse en marcha. Juan Albornoz se tiró un lance, mandó al centinela adelante y por intermedio de éste pidió que se entregaran porque se encontraban completamente rodeados de soldados. El caso es que los rebeldes obreros deliberaron durante casi una hora y aceptaron entregarse siendo ésta una gran victoria para Albornoz. Los llevaron a todos hasta la estancia «Santa María», eran cerca de cuatrocientas personas y como 5 mil caballos. A los huelguistas los hicieron sentar en el corral, previo que fueron desarmados y liberados los rehenes. A los dirigentes los ataron de pies y manos. Uno de los soldados con ametralladora o suboficial, no recuerdo bien, formaba parte de la guardia para evitar que se escaparan y preguntó dirigiéndose a los prisioneros si sabían que era eso señalándoles la ametralladora. «¡Una máquina fotográfica!» contestó un obrero andaluz que después sería fusilado. Los interrogatorios duraron del 25 al 28 de diciembre. Siendo la hora de la cena de uno de esos días oí decir a los jefes de las fuerzas de represión que por lo menos habría que fusilar al diez por ciento de los detenidos para escarmiento de los demás y hacerlos figurar como muertos en combate. El señor Mateo Martinovich se opuso a los fusilamientos y por último a que se fusilara en su establecimiento. Entendía el señor Martinovich que la pena que se imponía a aquellos infelices era excesiva, sugería siempre que se los entregara al juez para una sentencia civil. El capitán Anaya envió al sargento Espíndola con una comisión llevando a ocho obreros dirigentes. La orden era entregarlos en San Julián o si se encontraban con fuerzas de la policía entregarlos a ellas y volver al punto de partida.



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